Por Oscar Wilde Versión en español: Miguel Lescano Hace mucho tiempo, había un hombre llamado Juan. Juan no tenía dinero, pero era muy amable y tenía buen humor. Vivía solo en una casa pequeña. Todos los días trabajaba en su jardín. En toda la provincia no había ningún jardín tan bonito como el de Juan. Tenía flores de todos los tipos y colores. Juan tenía muchos amigos. Pero el señor Plata era el amigo más fiel de todos. El señor Plata era rico. Él era tan buen amigo de Juan, que siempre se llevaba flores y frutas del jardín de Juan. El señor Plata solía decir: "Los amigos de verdad comparten todo". Juan lo miraba con una gran sonrisa. Estaba muy feliz de tener un amigo con ideas tan nobles. A los vecinos les parecía extraño que el señor Plata nunca le diera nada a Juan, pues él tenía mucha comida y muchos animales. Pero a Juan esto no le importaba. Le gustaba mucho escuchar al señor Plata hablar sobre la amistad. El señor Plata decía que la verdadera amistad no espera nada a cambio. Durante la primavera, el verano y el otoño, Juan era feliz. Pero en invierno, no tenía flores ni frutas para vender en el mercado. Tenía hambre y frío, y a veces se iba a dormir sin comer nada excepto unas manzanas secas o unas nueces duras. Durante el invierno también se sentía sumamente solo, pues el señor Plata nunca iba a verlo. Durante un invierno, el señor Plata le dijo a su esposa: "No es bueno que yo vaya a ver a Juan durante el invierno. Cuando alguien tiene problemas, es mejor dejarlo solo. Una visita sería una molestia. Yo creo que así es la verdadera amistad. Y yo siempre tengo razón. Voy a esperar hasta que pase el invierno. Entonces iré a visitar a Juan. Él me dará un montón de flores, y eso lo hará muy feliz." Su esposa estaba sentada en una silla grande junto al fuego. Ella dijo: "Tú siempre pensando en los demás, querido. ¡Qué bonito hablas sobre la amistad! Ni siquiera el pastor de la iglesia, que tiene una casa de tres pisos y un anillo de oro en la mano, habla tan bien como tú." El hijo más pequeño de los Plata dijo: "¿Qué tal si invitamos a Juan a nuestra casa? Si él tiene hambre, yo le daré la mitad de mi comida, y le mostraré mis conejos blancos." El señor plata dijo: "¡Qué niño tan tonto eres! No sé para qué vas a la escuela. No has aprendido nada. Si Juan viniera, él vería nuestra comida, nuestro fuego y nuestro vino. Eso le daría envidia, y la envidia es algo terrible. Él se volvería malo. Y yo no puedo permitir que Juan se vuelva malo. Yo soy su mejor amigo. Yo siempre lo cuidaré y veré que él no caiga en tentaciones. Además, si Juan viniera aquí, él me pediría que le dé comida a crédito. La amistad es una cosa, y el crédito es otra. No hay que confundirlas." Su esposa tenía una copa grande de vino en la mano. Ella dijo: "¡Qué bonito hablas! Hasta me dio sueño. Es como estar en la iglesia." El señor Plata dijo: "Muchas personas actúan bien. Pero pocas personas hablan bien. Esto significa que hablar bien es más difícil, y mucho más noble." El señor Plata lanzó una mirada muy dura a su hijo. El niño sintió mucha vergüenza, y bajó la cabeza. Su cara se puso roja, y empezó a llorar. Él era demasiado joven para entender estas cosas. Tan pronto como terminó el invierno, y las flores empezaron a abrirse, el señor Plata dijo a su esposa que iba a bajar a ver a Juan. Su esposa dijo: "¡Tienes un gran corazón, querido! Siempre estás pensando en los demás. Y no olvides llevar la canasta grande para las flores." Así que el señor Plata bajó de su casa en la colina. Cuando vio a Juan, dijo: "¡Buenos días, Juan!" Juan respondió: "¡Buenos días, señor Plata!" El señor Plata preguntó: “¿Cómo pasaste el invierno, Juan?" Juan respondió: “Bueno, en primer lugar, gracias por preguntar. Es muy amable de su parte. Pasé muy mal durante el invierno. Pero ya llegó la primavera, y estoy feliz, pues tengo muchas flores para vender." "Durante el invierno, muchas veces hablamos sobre ti, Juan. Estábamos pensando en ti." "Eso fue muy considerado de su parte, señor Plata. Tenía miedo de que usted me haya olvidado." "¡Cómo se te ocurre, Juan! Un verdadera amigo nunca olvida a sus amigos. Eso es lo maravilloso de la amistad. Pero me temo que tú no entiendes estas cosas. Por cierto, tus flores se ven muy bien." "Sí, se ven muy bien. Y afortunadamente son muchas. Las voy a llevar al mercado para venderlas a la hija del alcalde. Con el dinero voy a recuperar mi carretilla." "¿Recuperar tu carretilla? ¡No me digas que la has vendido, Juan! ¡Eso sería muy tonto!" “Bueno, señor Plata, de hecho, no tenía otra opción. El invierno fue muy duro. No tenía dinero para comprar pan. Así que primero tuve que vender los botones de plata de mi chaqueta. Después vendí mi cadena de plata. Después mi guitarra. Por último, tuve que vender mi carretilla. Pero ahora voy a recuperar todo." "Juan, yo te voy a regalar mi carretilla. No está en buenas condiciones. De hecho, le falta todo el lado izquierdo, y la rueda no funciona bien. Pero de todas maneras te la voy a dar. Yo sé que es muy generoso de mi parte, y mucha gente hasta dirá que soy tonto. Pero yo no soy como el resto del mundo. Yo creo que ser generoso es la esencia de la amistad. Y además, ya tengo una nueva. Así que puedes estar tranquilo, Juan. Yo te voy a dar mi carretilla." Juan dijo con una gran sonrisa: "Es muy generoso de su parte, señor Plata. No se preocupe, yo la puedo reparar fácilmente. Tengo una tabla de madera." El señor Plata dijo: "¡Una tabla de madera! Eso es justo lo que necesito para el techo de mi granero. Tiene un agujero, y el maíz se va a mojar si no lo arreglo. ¡Qué suerte que justo hayas mencionado la tabla! Una buena acción siempre produce otra buena acción. Yo te prometí mi carretilla, y ahora tú me vas a dar tu tabla. Por supuesto, la carretilla vale más que la tabla, pero la verdadera amistad no se fija en esas cosas. Por favor trae la tabla de inmediato, y voy a trabajar en mi granero hoy mismo." Juan dijo: "Por supuesto". Y corrió a su casa a traer la tabla. El señor Plata vio la tabla y dijo: "No es una tabla muy grande. Me temo que después que yo termine de reparar mi granero no quedará mucho para que repares la carretilla. Pero eso no es mi culpa. Y ahora, como te prometí mi carretilla, estoy seguro de que vas a darme unas flores a cambio. Aquí está mi canasta, Juan. La quiero llena, por favor." Juan dijo con pena: "¿Llena, señor Plata?" Era una canasta muy grande. Si Juan la llenaba, no tendría flores para vender en el mercado, y realmente quería recuperar sus botones de plata. El señor Plata respondió: "Bueno, Juan, te he prometido mi carretilla. Así que no creo que sea mucho pedir que me des unas cuantas flores. Corrígeme si estoy equivocado, Juan, pero yo creo que un amigo, un verdadero amigo, no es egoísta." Juan dijo: "Mi querido amigo, usted puede llevarse todas las flores de mi jardín. Yo prefiero que usted piense bien de mí antes que tener mis botones". Y corrió y sacó todas sus flores, y se las dio al señor Plata. El señor Plata dijo: "Nos vemos, Juan". Y subió la colina con la tabla y la canasta llena de flores. Juan dijo: "Nos vemos, señor Plata". Y empezó a trabajar feliz en su jardín, pues estaba contento por la carretilla que iba a tener. Al día siguiente Juan estaba trabajando en su jardín, cuando escuchó que el señor Plata lo llamó desde la calle. Salió, y ahí estaba el señor Plata con un saco grande de harina en su espalda. El señor Plata dijo: "Querido Juan, ¿podrías llevar este saco de harina por mí al mercado?" Juan dijo: ”Lo siento, señor Plata, pero hoy estoy muy ocupado. Tengo que colgar las trepadoras, echar agua a las flores, y poner el nuevo césped." El señor Plata dijo: “No me digas, Juan. Yo creo que, teniendo en cuenta que te voy a dar mi carretilla, es poco amable de tu parte decir que no." Juan respondió: "No diga eso, señor Plata. Por nada del mundo yo sería poco amable". Corrió a tomar su sombrero, y fue hasta el mercado con ese saco enorme sobre los hombros. Era un día muy caliente, y la carretera tenía mucho polvo. A mitad de camino, Juan estaba tan cansado que tuvo que sentarse a descansar. Aún así, siguió adelante, y por fin llegó al mercado. Después de un rato, vendió el saco de harina por muy buen precio. Juan regresó a casa de inmediato, pues tenía miedo de encontrar ladrones en el camino si se quedaba hasta tarde en el pueblo. Cuando se iba a dormir, Juan pensó: "Ha sido un día realmente duro, pero estoy feliz de no haberle dicho que no al señor Plata. Él es mi mejor amigo, y además, me va a dar su carretilla." Temprano por la mañana, el señor Plata vino a recoger el dinero de su saco de harina. Pero Juan estaba tan cansado que estaba dormido. El señor Plata dijo: "¡Esta no es hora de dormir, Juan! Considerando que te voy a dar mi carretilla, yo creo que deberías trabajar más duro. La pereza es un pecado. Espero que no te moleste que sea franco contigo. Lo hago porque eres mi amigo. ¿De qué sirve la amistad si uno no puede decir lo que piensa? Cualquiera puede decir cosas dulces, pero un verdadero amigo siempre dice cosas desagradables." Juan dijo: "Lo siento mucho, señor Plata. Estaba muy cansado y quise quedarme en cama un poco más para oír a los pájaros cantar. Yo siempre trabajo mejor después de oír a los pájaros cantar." El señor Plata dijo: "Qué bueno, porque quiero que vengas a mi casa tan pronto como puedas para reparar el techo de mi granero." El pobre Juan realmente quería quedarse y trabajar en su jardín. Sus flores ya llevaban dos días sin agua, pero no quería decir que no al señor Plata, pues era su mejor amigo. Juan preguntó con un poco de miedo: "¿Cree usted que sería poco amable de mi parte si yo dijera que estoy ocupado?" El señor Plata respondió: "Bueno, en realidad creo que no te estoy pidiendo mucho, considerando que te voy a dar mi carretilla. Pero no hay problema, Juan. Si tú no puedes, lo haré yo mismo." Juan dijo: "¡Voy en seguida, señor Plata!”. Entonces salió de la cama, se cambió de ropa y subió a la casa del señor Plata. Juan trabajó todo el día, y al atardecer el señor Plata vino a ver cómo iba el trabajo. El señor Plata preguntó: "¿Terminaste de arreglar el agujero del techo, Juan?" Juan bajó de la escalera y dijo: "¡Ya está arreglado, señor Plata!” El señor Plata dijo: "No hay trabajo más agradable que el que uno hace para los demás, ¿verdad, Juan?" Juan se sentó, se pasó el pañuelo por la frente, y respondió: "En verdad es un gran privilegio oírlo hablar a usted, señor Plata. Pero me temo que yo nunca voy a poder hablar tan bonito como usted." El señor Plata dijo: "Sí puedes, Juan. Pero primero debes trabajar más duro. Por ahora, solo tienes la práctica de la amistad. Pero algún día también tendrás la teoría." Juan preguntó: "¿De verdad lo cree usted, señor Plata?” El señor Plata respondió: "No me cabe duda. Pero como ya terminaste con el techo, es mejor que te vayas a tu casa a descansar, pues quiero que mañana lleves mis ovejas a la montaña." El pobre Juan tenía miedo de decir algo. A la mañana siguiente el señor Plata llevó sus ovejas a la casa de Juan, y Juan salió hacia la montaña con ellas. Le tomó todo el día ir hasta allá y volver. Cuando regresó, estaba tan cansado que se quedó dormido sentado en la silla, y no se despertó hasta el día siguiente. Al día siguiente, Juan pensó: "Por fin voy a trabajar en mi jardín". Y empezó su trabajo de inmediato. Pero nunca podía cuidar de sus plantas, pues el señor Plata siempre venía y le pedía favores. Juan a veces tenía miedo de que su jardín se muera. Pero le daba consuelo pensar en el hecho de que el señor Plata era su mejor amigo. Además, el señor Plata le iba a dar su carretilla, y eso era muy generoso de su parte. Así que el pobre Juan seguía trabajando duro para el señor Plata, y el señor Plata decía muchas cosas hermosas sobre la amistad. Juan escribía en un papel las palabras del señor Plata. Juan leía las palabras del señor Plata por las noches, pues era un buen estudiante. Una noche, Juan estaba sentado frente al fuego cuando escuchó que alguien golpeaba la puerta muy fuerte. Esa noche había una tormenta muy fuerte, y mucho viento, así que al principio pensó que solo era la tormenta. Pero volvió a escuchar el sonido por segunda vez, y por tercera vez, con más fuerza que antes. Juan pensó: "Debe ser algún viajero", y corrió a la puerta. En la puerta vio al señor Plata con una linterna en la mano. El señor Plata gritó: "Querido Juan, tengo un gran problema. Mi hijo pequeño se cayó de una escalera y está herido. Voy a ver al doctor, pero el doctor vive muy lejos. Esta tormenta es tan fuerte, que se me ocurrió que sería mejor que tú vayas. Tú sabes que voy a darte mi carretilla, así que es justo que hagas algo por mí." Juan dijo: "¡Por supuesto! Para mí es un honor que usted me haya pedido ayuda. Salgo enseguida. Por favor présteme su linterna, pues está muy oscuro y me da miedo caerme en un canal." El señor Plata respondió: "Lo siento, pero es mi linterna nueva, y me daría mucha pena que algo le pase." Juan dijo: "No importa, puedo ir sin linterna." Y tomó su abrigo y se fue. La tormenta era terrible. Estaba tan oscuro que Juan casi no podía ver, y el viento era tan fuerte que casi no podía estar de pie. Pero Juan era muy valiente, y después de caminar unas tres horas, llegó a la casa del doctor, y tocó la puerta. El doctor sacó la cabeza por la ventana y gritó: "¿Quién es?" Juan dijo: “Soy Juan, doctor." El doctor dijo: “¿Cómo puedo ayudarte, Juan?" Juan dijo: “El hijo del señor Plata se cayó de una escalera y está herido. El señor Plata quiere que usted vaya de inmediato." "¡Está bien!", dijo el doctor. Tomó su caballo, sus botas y su linterna, y salió hacia la casa del señor Plata. Juan iba corriendo detrás del caballo del doctor. Pero la tormenta era cada vez peor, y Juan no podía ver por dónde iba. Tampoco podía correr a la misma velocidad que el caballo. Al final, se perdió, y fue a parar a una zona sin habitantes. Ahí Juan se cayó en un hoyo y murió ahogado. Al día siguiente encontraron su cuerpo, y lo trajeron de vuelta a su casa. Juan era muy querido por todos, así que todos fueron a su funeral. El señor Plata dijo:
"Como yo era su mejor amigo, es justo que yo tenga el mejor lugar." Así que él fue llorando delante de los demás hasta el cementerio. Después del funeral, todos fueron al bar, a tomar vino y comer dulces. El dueño del bar dijo: "La muerte de Juan es una gran pérdida para todos." El señor Plata dijo: "Especialmente para mí. Yo ya le había prometido mi carretilla, y ahora no sé qué hacer con ella. Ocupa espacio en mi casa, y está en tan malas condiciones que nadie me la va a comprar. Ya no voy a regalar nada a nadie nunca más. Uno siempre sufre mucho por ser generoso." Fin.
1 Comment
Chris
7/11/2023 19:51:51
Gracias por tus historias. Me gusta que no son triviales, pero tienen curvas verdaderas. Y me gusta también la calidad de audio. Y como cambias tu voz :)
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